Acoso, el silencio más culpable


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En los colegios, en la empresa privada, en el mundo del espectáculo, en la administración... Cualquier lugar es bueno para dar cabida a esta lacra tan extendida como ignorada: el acoso psicológico.

Detrás de sus múltiples formas (acoso escolar, acoso laboral, acoso sexual, burning), este delito recogido como tal en nuestro código penal, se presenta en la mayoría de los casos de la misma manera. Alguien en una situación de poder (ya sea por una simple diferencia de fuerza física o psicológica, o en la mayor parte de los casos por una superior posición jerárquica, social, mediática o de apoyo en su entorno) utiliza dicho poder para abusar, hostigar, intimidar, presionar, invisibilizar, apartar, dañar, desestabilizar y/o condicionar de manera repetida y sostendida en el tiempo a otra persona.

La motivación de este tipo de violencia puede ser múltiple. Desde las (a veces inconscientes) carencias y miedos del propio acosador que se manifiestan escondidas bajo el ejercicio de la violencia psicológica contra sus víctimas, hasta las que son más habituales como el deseo de alcanzar algo que posee la propia víctima (ella misma, a través de su cuerpo, en el caso del acoso sexual) o cualquier otro objetivo que el acosador ve más factible de conseguir ignorando, hostigando, o quitando de en medio a la la víctima.

Lo más vil del acoso es su carácter destructivo. Lo más imperdonable es que casi siempre se hace tras el velo de la cobarde invisibilidad con la que se ejerce. Lo más difícil de superar es la soledad  a la que lleva el silencio cómplice de todos los que la conocen. Lo más execrable y castigable, aunque no por ello infrecuente, el comportamiento de aquellas personas que se hacen cómplices de dicho acoso mediante alguna de estas tres formas: dando apoyo al acosador, desautorizando a la víctima o incluso tomando represalias contra la misma por atreverse a denunciarlo.

Hoy en día apenas se empiezan a ganar en los tribunales las primeras denuncias de acoso laboral, de acoso escolar, de acoso sexual. Casos esporádicos que casi siempre son llevados a cabo por el tesón y la valentía de los denunciantes, así como por el trabajo comprometido y brillante de los pocos abogados, fiscales, jueces y psicólogos que le están plantando cara. El otra lado de la moneda son las espeluznantes cifras de casos no denunciados. Según la UNESCO, 1 de cada 3 adolescentes sufre acoso escolar. Según el informe Cisneros, el 16% de la población activa sufre alguna modalidad de acoso en su trabajo.

En el origen de esto, se encuentra, sin duda, la gran insensibilidad y falta de formación que existe sobre la violencia psicológica. Así, por ejemplo, es de dominio público la existencia todavía de fiscales faltos de preparación y sensibilidad ante cualquier modalidad de denuncia de acoso, la inacción de los departamentos de recursos humanos de las empresas, la tibieza contra este asunto en muchos centros educativos, la falta de medidas de la inspección de trabajo y también de la inspección educativa, e incluso la existencia en las propias organizaciones sindicales de abogados trabajando en sus departamentos jurídicos a nivel nacional que recomiendan a las víctimas no denunciar ante la dificultad de obtener sentencias ganadoras.

Acabemos por favor con esta inacción, con este silencio. El acoso nos denigra como personas, no solo al que lo comente y apoya sino también al que lo legitima mirando hacia otro lado. Trabajemos para su erradicación. Creemos un Observatorio Nacional sobre el acoso así como sendas Direcciones Generales tanto en el ámbito educativo como laboral que vigilen, protejan y sensibilicen a la población. Formemos a los alumnos, a los trabajadores, a los sindicatos, a los fiscales, a los jueces, y creemos unidades especiales en todos los ámbitos (fuerzas políticas, administración, judicatura, fiscalía, policía, centros educativos, centros médicos, centros empresariales, organizaciones sindicales) que actúen con tolerancia cero ante este tipo de prácticas tan extendidas como delictivas.

Comprendamos ya por fin que la violencia psicológica acaba siendo mucho más dañina y permanente que la física.

Hagámoslo por un mundo donde el respeto al otro sea la primera norma de conducta. 


JAJ (agosto 2019).



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