Ser parte de la obra de arte: Virxilio Viéitez y los protagonistas de su obra


Hermosinda de A Ermida. Fotografía de Virxilio Viéitez. 


Virxilio Viéitez dedicó toda su vida a fotografiar a sus convecinos, gentes muy humildes de los pequeños pueblos de la Galicia interior en la que vivía: Soutelo de Montes, A Ermida, Lamas, O Regueiro, Vilariño, Presqueiras, Cerdedo, Beariz, Forcarei. Era el ambiente rural y olvidado de la posguerra española, aldeas de menos de mil habitantes donde a todo vecino mayor se le trataba de tío, y donde crecieron todos los protagonistas de la extraordinaria obra de este fotógrafo: familias con muy pocos recursos, economías de autosubsistencia (el cerdo, las vacas, las gallinas, el huerto), hogares que carecían de cualquier comodidad imaginable (luz,  agua corriente, baños), niños que en vez de escuela conocieron la mina, la forestal, el cuidado del ganado. 

Este fue el germen de una generación de personas emprendedoras como pocas, y cuya capacidad de trabajo acabó superando cualquier expectativa. Muchos de ellos habían hecho de niños lo que ni siquiera hoy aceptarían como actividad remunerada algunos adultos. Así que ni el esfuerzo ni el sacrificio, ni siquiera la falta absoluta de formación, iban a ser un obstáculo para ninguna de estas valientes personas. La mayoría cruzaron el charco con una mano delante y otra detrás, y se asentaron sin papeles ni ayuda de ningún tipo en las principales ciudades de toda Latinoamérica (México, Venezuela, Brasil, Panamá, Argentina), desde donde comenzaron, con todo tipo de penurias y morriña por su tierra y sus raíces, sus respectivas carreras profesionales.

Unas décadas más tarde, esa generación de jóvenes que tan bien había retratado Virxilio Viéitez, convirtieron sus zonas de procedencia en los ayuntamientos con la rentas más altas de toda Galicia. Las carreteras que unían aquellas diminutas parroquias, desiertas de coches en el pasado, se llenaron en los 80 de Mercedes 300D, de Porches Carrera, de Triumphs y hasta de algún Ferrari Testarrosa que eran conducidos por los emigrantes que regresaban (algunos para siempre y otros simplemente de vacaciones) con el orgullo de haber podido cambiar el signo de sus vidas. En pueblos como el de Avión, Beariz, O Regueiro, A Ermida, algunos casi abandonados en la actualidad, se pueden seguir viendo los fantásticos chalets que se erigieron sobre sus tierras. 

Hoy quiero rendir homenaje a las gentes de estos pueblos que tan bien conozco, protagonistas anónimos de esta magnífica obra de arte que nos ha dejado para siempre la mirada única de Virxilio Viéitez, hombres y mujeres que con su esfuerzo y capacidad de superación construyeron un futuro que nadie hubiese podido nunca imaginar.

Mi homenaje también a este extraordinario artesano de la fotografía, un talento autodidacta que, paradójicamente, desarrolló toda su labor artística sin moverse prácticamente de su pueblo. En un mundo tan materialista como el nuestro, pocas veces se reconoce en vida la labor de estos creadores geniales que sin ninguna pretensión especulativa de su labor artística nos acaban dejando un legado inestimable, el retrato fidedigno de toda una generación de españoles tan anónimos como ejemplares.   



Rosa y su hijo Jose, de A Ermida. Fotografía de Virxilio Viéitez.



Nota del autor (JAJ): La obra de Virxilio Viéitez ha estado de gira varias veces ya por las principales ciudades europeas desde que su hija Keta, hace apenas una década, decidiera montar una modesta exposición en Soutelo de Montes con una selección de las viejas fotografias de su padre. El azar hizo que la viese el director de la Fotobienal de Vigo, desde donde arrancó toda su andadura internacional. Cartier Bresson, que lo conoció personalmente durante la exposición realizada en París, eligió una de las fotografías de Virxilio para su libro Las fotografías de mi vida.



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